Las golosinas retro siempre tienen el mismo privilegio: parece que sabían
mejor y eran más sanas, remontan a una época de felicidad e ingenuidad nunca
vista pero… acaso hay excepciones a esta regla casi sagrada? Por supuesto que
la hay. Entre los añorados recuerdos del alfajor Suchard y el chocolate
Comprimido, un poco más atrás del Tubby y las obleas Bésame… prácticamente al
fondo, pasando por encima de los caramelos Media Hora y la gaseosa Tab… sí,
allá bien en el fondo de las golosinas placenteras existió un chupetín con
palito de madera, considerado por la amplia mayoría como “de sabor indefinido”
(aunque lo más probable es que haya sido una imitación de una cruza entre una
naranja y una andarina pasada) y que jugaba con las jóvenes mentes de los 70 y
los 80 prometiendo un juguete sorpresa con cada paquetito comprado. Se llamaba
Topolín y, como no podía ser de otra manera, tuvo a un topo como protagonista
en sus empaques. Esta golosina no demasiado glamorosa no era ni la sombra del
chocolate Jack (su principal competidor en el rubro “golosina con sorpresa”)
pero pudo sobrevivir una importante cantidad de años cargando con la rara
virtud de nunca poder traer en su interior algo que realmente valiera la pena. La
lista de atrocidades que contenía era extensa y no contaba ni siquiera con un
catálogo, un concepto de colección o novedades de temporada: una mamadera, un
soldado, un cucharón con forma de avión, un peinecito, autos coloridos con
ruedas negras, una diligencia, un rallador de queso, una sopapa, un velero, esa
tradicional hélice que volaba si la frotabas entre tus manos, una canoa, etc…
una ensalada de cosas con las que tampoco se podía hacer mucho. El consenso es
bastante aceptado: el sabor del chupetín era indescriptible, y su sorpresa
decepcionaba al instante. Pero además, gran parte de los que lo recuerdan
tienen presente lo siguiente: entre tanta mala calidad de producto lo que
realmente motivaba a comprarlo era la expectativa, una ingenuidad mayor de
otras épocas y, apelando a la ternura, el hecho de aceptar un regalo de parte
de algún ser querido. Por estas cuestiones más espirituales que materiales el
Topolín pudo vivir varios años sin modernizar sus sorpresas ni necesitar
innovar demasiado en la receta de su inefable chupetín. Y de esta manera
silenciosa llegamos a los temibles 90, donde tanto el Jack como el Topolín
tuvieron que vérselas con el italiano Kinder: esta genialidad de huevo no sólo
traía un chocolate exquisito sino que sus sorpresas eran bien sofisticadas y
cambiaban todos los años. Jack pudo sobrellevarlo gracias a años de buena
relación y calidad con sus consumidores, pero el Topolín se consideró
clínicamente muerto durante un tiempo considerable. Llegamos a los inicios de
la actual década, donde colgándose de la onda retro que hizo retornar a tantos
productos, bandas y películas el Topolín volvió a ser fabricado por Golosinas
Pilar. Tal como vemos en las imágenes, no sólo el topo se había modernizado
estéticamente: ahora había una versión para nenes y otro para nenas. Una vez
más se veían en la obligación de ir tras los pasos del Kinder, que fue el
mentor de dicha sectorización, para poder arrancar unas migajas del mercado
aunque sea. No hubieron grandes campañas publicitarias, ni siquiera los
tradicionales stickers que se sabían repartir a los kioscos durante sus años de
“esplendor”: el 2010 encuentra al Topolín con un perfil bajísimo y peleando con
gran desventaja. No obstante, es de destacar de esa nueva etapa la subcreación
denominada Juguetazo: con la misma división de género de su progenitor y un
elegante papel metalizado, por un monto un poco mayor se prometía juguetes de
mayor tamaño y, se presumía, calidad. Tal vez el concepto de “sorpresa gigante”
que ofrecían los huevos de pascua Kinder estaba oculto en este artículo, pero
es una suposición. A pesar de teléfonos y páginas webs mencionadas, no se puede
contactar a los originales fabricantes de esta bizarra golosina. Cada tanto
aparece alguien en Mercado Libre que ofrece tiras completas para cumpleaños,
pero la venta directa en kioscos pareció nunca materializarse. El Topolín
seguirá por ahí, asaltando ilusiones a jóvenes consumidores que confían
demasiado en los mayores regalones. Su estrategia seguirá siendo la de hacer el
menor ruido posible y de no mejorar el sabor de su chupetín ni la calidad de
sus juguetes ni una pizca, haciendo que está pero no está. Con su personalidad
propia a la hora de jugar, sin dudas: nunca el Kinder se animará a traer una
damajuanita, por ejemplo. Que no está pero está. Lamentamos decirle al Kinder
que aún no está dicha la última palabra en esta contienda pero… algún día
podremos ver huevos de pascua marca Topolín? Cuidado que muchas cosas escritas
por aquí aparecieron siendo realidad más tarde…
El Gran libro de las Marcas fue una recopilación de envoltorios, envases, publicidades y avisos sobre muchos productos: golosinas, galletitas, chocolates, alimentos, bebidas, medicamentos, productos de limpieza, cosmética, perfumería, higiene, etc. Lo comencé en 2002 y lo terminé en 2006. Llegamos al 2012 y, 10 años después, y con las posibilidades de interacción de la actualidad, decidí retomar las colecciones para agrandarla aún mas. Con el propósito de compartir los logros realizados en esa vieja y en esta nueva etapa, se crea este blog. También será el canal de comunicación para todos los que se ofrezcan a vender cosas que ustedes tengan, y así agrandar la colección. Saludos y ojalá que lo disfruten!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¡Excelente articulo! Es sabor frutal pero no tuttifrutti, alguna mescla de jugos diferente, probé una golosina china con sabor parecido. Voy a complementar con algo del blog Kioscazo: Es un ratón la mascota de esta golosina (los topos no tienen orejas muy grandes), y no, no es un topo como algunos se aventuran a decir, podría ser mas bien un jerbo de orejas largas. Topo significa ratón en italiano. Precio se puede ubicar más o menos en los $20 en Buenos Aires.
ResponderEliminarhttp://kioscazo.blogspot.com/2017/12/golosinas-en-el-limbo-bocaditos-oblibon.html
Saludos!