En 1966 la modernidad le llegaba a las botellas de litro de vino Peñaflor: era la época de mayor esplendor y consumo de la industria vitivinícola así que era esperable que se realizaran inversiones para innovaciones de todo tipo y seguir sumando consumidores.
Luego de siglos con el típico corchito, ahora Peñaflor (de la familia Pulenta) ofrecía la gigantesca novedad de botella con tapa a rosca inviolable hasta que se abre para consumir, como si fueran un amargo serrano. Aprovechaban y estilizaban las etiquetas de todos sus vinos, aunque al momento de la publicación del aviso únicamente el tinto venía con esta tapa tan original llamada técnicamente Pilfer Proof. Muchos años antes que por ejemplo la cerveza Isenbeck.
Desde los años 70 el consumo de vino fue en picada y nunca pudo recuperarse: las industrias de esa época fueron desapareciendo y son pocas las que sobrevivieron. La mayoría dejó bodegas que en el mejor de los casos se reconvierten en centros culturales, escuelas o museos. mientras que el vino de mesa fue relegado al envase de tetra brick. Respecto a Peñaflor podría decirse que sufrió una profunda reestructuración: en 1997 empieza a ser comprada por el fondo DLJ Merchant Banking Partners, culminando el proceso en 2002. En 2010 cambia nuevamente de manos y se integra a Terold, una firma manejada por la familia Bemberg, los dueños hasta la actualidad.
El ahora denominado Grupo Peñaflor maneja únicamente bebidas alcohólicas como los vinos Trapiche, Termidor, Alma Mora, Navarro Correa, Frizzé o Michel Torino, además del champagne Suter. Desde 2016 cierran un convenio con la multinacional Diageo para la comercialización en el país de sus marcas como Bailey's, Smirnoff, J&B, Legui o Johny Walker. A su vez se despendieron de la cerveza Bieckert en 1997 (la habían comprado en el 94) y de todos sus jugos (Cepita, Montefiore, Carioca, Cipoletti) en 2004 cuando se los venden a Coca Cola.
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