El Gran libro de las Marcas fue una recopilación de envoltorios, envases, publicidades y avisos sobre muchos productos: golosinas, galletitas, chocolates, alimentos, bebidas, medicamentos, productos de limpieza, cosmética, perfumería, higiene, etc. Lo comencé en 2002 y lo terminé en 2006. Llegamos al 2012 y, 10 años después, y con las posibilidades de interacción de la actualidad, decidí retomar las colecciones para agrandarla aún mas. Con el propósito de compartir los logros realizados en esa vieja y en esta nueva etapa, se crea este blog. También será el canal de comunicación para todos los que se ofrezcan a vender cosas que ustedes tengan, y así agrandar la colección. Saludos y ojalá que lo disfruten!

jueves, 31 de enero de 2019

El alimento del futuro que nunca llega



A lo largo de todos estos años en El Gran Libro de las Marcas nos dedicamos a reseñar y hablar de una grandísima cantidad de productos de los más variados, pero por primera vez nos animamos a realizar una crítica un producto del que no habíamos hablado nunca: por primera vez vamos a describir y reseñar un electrodoméstico. Vamos a hablar también de un producto que se creía en desuso hace muchos años pero volvió con el afán de querer seguir diciendo que es capaz de producir un alimento tan futurista como el yogur casero.
Las yoguerteras fueron una impactante novedad allá por los años 60, y de manera muy general podríamos decir que vivieron su esplendor hasta los 80. De ahí en más, la globalización las venció y la mayoría de los hogares compraba directamente los lácteos en el supermercado. No obstante, en los últimos años el auge de querer volver a lo natural (y ahorrar en el camino) fue generando en el mundo que este tipo de artículos vuelvan a tener sus seguidores. La yogurtera que conseguimos es marca Atma, y pertenece a un modelo que se lanzó al mercado en 2015. De su misma generación han aparecido modelos Moulinex, Tefal y Yelmo, sólo por nombrar la competencia más famosa. Existió en los 70 una marca denominada Yogurlac, y es casualmente el mismo nombre de una empresa láctea mendocina en la actualidad: se desconoce si hubo relación. Lo que diferencia a éstas yogurteras a las de antaño es que suelen contar con un timer electrónico (como el que se ve en las fotos) para no tener que andar calculando a qué hora hay que sacar la mezcla.
Tanto los artefactos de antaño como los actuales mantienen la misma mecánica: tarritos de vidrio (uno o muchos) que se llenan de leche y se le puede agregar 3 cosas: o un yogur “sabor natural” comprado, o probióticos en polvo que supuestamente se consigue en farmacias o un yogur creado previamente por la misma máquina. Este preparado (al que hay que agregarle un poco de leche en polvo para más consistencia) se conserva a varias horas dentro de un recipiente que mantiene una temperatura constante de 40 grados: el clima ideal para que las bacterias de yogur desarrollen una orgía láctea y se reproduzcan en miles de millones. Al cabo de varias (pero varias) horas, se habrá logrado un yogur casero de buena calidad que ayuda a ahorrar en la casa para quienes quieran comer de este tipo de productos pero además se lo puede utilizar de materia prima para otras recetas y hacer queso untable, helados, bizcochuelo… hasta aderezos salados a base del inocente yogur. Sólo algunos de los consejos que aparecen en el recetario que viene incluido con la máquina… pero no trae instructivo sobre cómo hacerla funcionar! Eso se deberá googlear…
Tras haber conseguido comprar esta yogurtera usada (pero con un solo uso) nos dispusimos a hacerla funcionar: la gran decepción con la que uno se encuentra con estos aparatejos es que son tremendamente lentos a la hora de fabricar yogur: entre 8 y 12 horas son necesarias para que se pueda crear algo agradable y comestible como queremos. Pueden estar más tiempo todavía, pero de ser así el yogur saldrá demasiado ácido. La temperatura de la leche debe ser lo más cerca al ambiente: en una oportunidad se colocó leche demasiado fría (recién sacada de la heladera) y salieron yogures demasiado blandos. Luego se colocó leche al borde de hervir, y resulta que las bacterias mueren pasados los 45 grados, así que luego de varias horas sólo se obtuvo leche caliente. El éxito fue colocar leche tibia junto al yogur primordial, además de las cucharaditas de leche en polvo ya nombradas. Después, mínimo 4 horas en la heladera.
El resultado es bastante bueno: oler un pote de yogur natural Sancor o La Serenísima o uno producido por esta máquina no genera ninguna diferencia. Son comestibles incluso sin agregarles azúcar o edulcorante: en los casos en los que sí salió un yogur aceptable, se probó mezclarlo con cereales, cacao, mermelada y dulce de leche, y en todos los casos quedó algo muy rico con sus matices de sabor. Igual no hay mucho tiempo para experimentar: se deben comer los yogures a los pocos días de preparados, porque al no contener los conservantes industriales, se echan a perder fácil.
Para consumidores frecuentes de yogur como yo, es una excelente idea portar con algo así, aunque son para sentarse a esperar una gran cantidad de horas hasta que estén aptos. Pueden hacerse sin necesidad de contar con el aparato: debe buscarse un recipiente (suele recomendarse el horno) para que durante el tiempo de preparación conserve exactamente los 40 grados de fermentación. Es por ello que para los vagos es preferible un aparato así, que se limita a visar cuando el tiempo pasó y despreocuparse.
Como nueva experiencia es algo muy recomendable, pero se advierte que cuando más ganas tengan de querer comer yogur, va a ser cuando todavía no esté listo…

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