El Gran libro de las Marcas fue una recopilación de envoltorios, envases, publicidades y avisos sobre muchos productos: golosinas, galletitas, chocolates, alimentos, bebidas, medicamentos, productos de limpieza, cosmética, perfumería, higiene, etc. Lo comencé en 2002 y lo terminé en 2006. Llegamos al 2012 y, 10 años después, y con las posibilidades de interacción de la actualidad, decidí retomar las colecciones para agrandarla aún mas. Con el propósito de compartir los logros realizados en esa vieja y en esta nueva etapa, se crea este blog. También será el canal de comunicación para todos los que se ofrezcan a vender cosas que ustedes tengan, y así agrandar la colección. Saludos y ojalá que lo disfruten!

viernes, 4 de mayo de 2018

Una carta de amor al casette (1979)


Los chicos de la actualidad deben de creer que en el pasado se inventó la rueda al mismo tiempo que los Cd’s y DVD’s, ya que previo a ellos los inventos tecnológicos se caracterizaban por ser muy estilizadamente cuadrados. Del VHS ya hablamos y hablaremos mucho, pero no por eso podemos olvidar a su amigo inseparable de aventuras, el casette. En las fotos lo vemos en sus épocas de oro, precisamente el año 1979, publicitado tanto por Sony como por Hitachi. Casette significa “cajita” en inglés, y eso es básicamente lo que era. Este tipo de “cintas” (como también de los denominaba, siendo un término compartido con los VHS) la historia los vinculó muy fuertemente al mundo de la música. Esto es innegable, pero ello no significa que únicamente sirvieran para eso: eran capaces de guardar todo tipo de datos, así que una parte de la historia de los primeros videojuegos está reservada para ellos. Como todo invento humano fue usado para el bien como para el mal, aunque el “mal” que pueden haber hecho en  este caso es discutible: se los estigmatizó durante años por ser los responsables de la crisis de la industria discográfica debido a que eran tan fácilmente regrabables. Tuvieron que soportar durante años estar retratados como calaveras junto a dos tibias en stickers detrás de los discos de vinilo, tratados directamente de delincuentes. Nunca pudo quedar del todo claro si lo que “mataban” eran los negocios de las discográficas o la verdadera cultura musical de un país. Todo en ellos era un ritual: comprarlos nuevos en las disqueras, cuidarlos para no destruirles su cinta interna, usarlos para grabar música sin pisadas de la radio o hasta el audio de la tv, copiar juegos “piratas” (ay que feo!), aparecer metidos dentro de modernos grabadores en las notas y entrevistas a figuras trascendentes durante años, ser vendidos por tonelada en cursos para cualquier objetivo difícil (como aprender un idioma, dejar de fumar o bajar de peso), ir en la cintura de los adolescentes con Walkman, rebobinarlos con una lapicera Bic, adelantar a loco hasta llegar al bendito tema que en realidad queríamos escuchar, no escuchar el otro lado por fiaca… hasta el ruidito de sacarlo de sus cajitas de plástico y meterlo a los grabadores es algo irrepetible en todo sentido: porque es difícil de olvidar y porque es algo que ya no se hace más. Luego de muchos años en pleno auge, los queridos años 90 los empezaron a jubilar lenta y dolorosamente. El artificial e impersonal CD se quiso quedar con todo y generó que nombres como TDK, Maxell o BASF sonaran a algo viejo. Pero la historia no se puede borrar y en ellos queda el legajo de haber ayudado tanto a la difusión de la cultura de toda una generación, siendo tan rústicos que eran capaces de soportar muchos tipos de agresiones, asegurando que un hijo muchos años después encuentre la música de su papá en un viejo cajón. Siendo también tan económicos al lado de los LP, estando siempre del lado de los de menos recursos que querían estar con los hits de moda al igual que las clases dominantes, un fenómeno visto tanto entre chicos de una escuela como entre países de Primer y Tercer Mundo. Siendo tan feos de aspecto, un look que le quedaba pintado a los fenómenos Punk, Rock Undergound y Grunge. Además, su calidad de sonido no ha podido ser igualada ni por los CD’s ni por el MP3. No por nada siguen existiendo bandas que prefieren grabar sus trabajos así para mantener mayor fidelidad, y lo mismo ocurre con audiófilos que encuentran en ellos lo más cercano al sonido original. Hasta su reparación resulta una obra de arte: desmontar los plásticos con un destornillador o un cuchillo, recortar milimétricamente regiones para luego ser pagadas con esmalte de uñas o cinta adhesiva y mil trucos más. Así que para el que hace mucho no lo hace o para el que directamente no lo hizo nunca, que haga la prueba de buscar un aparato que los reproduzca y se dedique a explorar los que aún son guardados en sus casas: la experiencia vale la pena!   

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